Justo en el momento en que más libre, grande y valiosa me sentia me gritaron ¡eh, recuerda mantenerte humilde! Sentí indiferencia, pues comprendí,que solo se trataba de un montón de egos confusos ante mi gloria alcanzada.
La humildad es un don valioso, sin duda, pero es un don a alcanzar por el ego, más nunca por el espíritu.
El espíritu es tan grandioso, ilimitado y generoso que no alberga sentido querer imponerle limitaciones.
El te dice:
Yo soy el hijo de Dios y en el todo lo puedo, yo soy libre y nada puede destruirme, soy alegría, soy inmensidad, soy grandeza, soy amor y tú también.
El ego de otras personas confundido ante este tipo místico de generosidad se enfada, se revela y exclama en voz alta ¡se humilde, y olvídate de tu grandeza!
El espíritu no reacciona, pues no tiene necesidad de demostrar nada.
Entiende la naturaleza de este maestro llamado ego que juega a despistarnos del camino, solo para que tengamos el coraje de imponernos ante el y reclamar nuestra gloria.
El ego dice y asegura que el también es valioso pero siempre más que los demás, como si no serlo lo dejara en una situación de peligro, pero ya sabemos como vive este pobre inconformista, siempre a la defensiva, siempre con miedo.
El hombre que alcanza conocerse a si mismo no le concede ni un minuto a los reclamos del ego más sigue enfocado en su camino, en su alegria, en su grandeza, en su generosidad, en su amor incondicional y en su espíritu...
No temas a sus reproches ni a ser quien eres, ríndete a tu propia inmensidad y habrás alcanzado el paraiso en la tierra.
Vanessa Cánovas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comenta esta entrada.